viernes, junio 24

Huellas en la arena

Una noche tuve un sueño... Soñé que estaba caminando en la playa con el Señor y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida.
Por cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.
Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas. Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida. Eso realmente me perturbó y pregunté al Señor: "Señor, Tú me dijiste, cuando resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo del camino, pero durante los peores momentos de mi vida, había en la arena sólo un par de pisadas. No comprendo por qué Tú me dejaste en las horas en que yo más te necesitaba".
Entonces, Él, clavando en mí su mirada me contestó: "Mi Querido hijo. Yo te amo y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas, fue justamente allí donde te cargué en mis brazos".

Autor desconocido

viernes, junio 17

¿Buena suerte?

Un labrador tenía un caballo y se le escapó. Los vecinos lo lamentaron. Él decía: "¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?".
El caballo volvió con una tropilla de caballos. Entonces lo felicitaron. Él repetía: "¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?".
Su hijo al querer domar uno, se rompió una pierna. Lo compadecieron. "¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?".
Entonces, pasó por allí el ejército y sólo reclutaba a los jóvenes sanos. Lo felicitaron. Él permanecía inmutable: "¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?". Lo que parece un contratiempo puede ser una suerte, y al revés. Dejemos a Dios decidir.
"Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman" (Rom 8,28).

Dios es el Padre y sabe lo que nos conviene. Un buen hijo se fía siempre de su Padre porque sabe que quiere lo mejor para él.


Justo López Melús

(Somos como un punto en un telar
Hernán G. Nieto)

viernes, junio 10

Dame tu generosidad

Un monje andariego se encontró, en uno de sus viajes, una piedra preciosa y la guardó entre sus cosas. Un día se cruzó con un viajero y al abrir su bolso para compartir con él sus provisiones, el viajero vió la joya y se la pidió. El monje se la dió sin más. El viajero le dió las gracias y marchó lleno de gozo con aquel regalo inesperado que bastaría para darle riqueza y seguridad por el resto de sus días. Sin embargo, pocos días después volvió en busca del monje mendicante, lo encontró, le devolvió la joya y le suplicó: "Ahora te ruego que me des algo de mucho más valor que esta joya, valiosa como es. Dame, por favor, lo que te permitió dármela a mí".

Autor desconocido